1. Letras
1.5. Breve historia de la tipografía
Denominamos protoescritura a las primeras manifestaciones gráficas de la humanidad, que se consideran el precedente necesario para la posterior aparición del alfabeto. Estamos hablando de signos en el barro, incisiones sobre hueso o madera, pinturas sobre rocas, etc. Estas imágenes ya transmitían mensajes y surgieron a principios del tercer milenio antes de Cristo. Con el tiempo, la escritura ha ido evolucionando en diferentes fases: dibujos, signos pictóricos, pictogramas, ideogramas (signos conceptuales) y jeroglíficos.
A pesar de que las primeras representaciones de números y signos contables datan de alrededores del 30000 a. C., puede considerarse que la primera escritura es la cuneiforme sumeria (aprox. 3000 a. C.), que ha llegado a nosotros en forma de leyes, contratos y comunicaciones sociales. Estas representaciones gráficas fueron evolucionando hacia pequeños códigos de representación, entrando en un proceso de esquematización, fonetización y codificación básica y dando lugar al ideograma, un signo conceptual que está a medio camino entre la escritura referencial y formas propias con finalidades lingüísticas. Por ejemplo, el dibujo esquematizado de un sol ya no significa el objeto representado, sino también luz, poder, Dios, etc.
Fuente: Samuel Noah Kramer. History Begins at Sumer. Thirty Nine Firsts In Recorded History
El primer alfabeto conocido, del cual proviene nuestro alfabeto latino, fue el alifato fenicio (alrededores del 1200 a. C.), y su desarrollo estuvo basado en el sistema egipcio de jeroglíficos. Como consecuencia directa del alifato fenicio surgirá la versión griega del alfabeto con algunas adaptaciones propias de sus necesidades fonéticas, y posteriormente, por adopción de este, aparecerá el alfabeto latino. Los griegos tomaron veintidós consonantes fonéticas fenicias y les añadieron las vocales, cosa que generó un alfabeto que ha dado forma a muchos sistemas de escritura occidentales.
La escritura lapidaria romana, también conocida como monumental o capital, exigía una realización formal más cuidada debido a la naturaleza perdurable del material (habitualmente mármol) y a la finalidad solemne de los mensajes. Con la escritura lapidaria romana, cada carácter del alfabeto pasa por un proceso de redibujado basado en las formas simples del cuadrado, el círculo y el triángulo, siguiendo unas rigurosas leyes de proporcionalidad. Las formas de esta Capitalis Monumentalis forman todavía hoy la base de las letras mayúsculas que empleamos en nuestro alfabeto latino.
Paralelamente a la escritura epigráfica romana, de gran complejidad formal y técnica, existían versiones caligráficas del alfabeto: la capital cuadrada, la capital rústica y la cursiva romana (siglos i-ix). Basadas en los movimientos naturales del brazo y de la mano –el ductus–, permitían más rapidez en la ejecución y cubrían necesidades de comunicación no tan solemnes (escritos administrativos, comerciales, literarios, etc.).
Las escrituras uncial y semiuncial (siglos iv-v), en su conjunto, intentan conservar la proporcionalidad de la capital romana pero aportando una reinterpretación de la estructura y de los elementos de los caracteres hacia las formas curvas. Modulación e inclinación, los valores típicamente caligráficos de estos modelos, pasan a un primer plano y permiten textos de una gran belleza formal y un mayor número de caracteres por línea y página.
Las letras minúsculas o de caja baja de nuestro alfabeto latino provienen de la minúscula carolina (año 800 aprox.), que llega a ser el tipo de letra para correspondencia en tiempo de Carlomagno, que podía escribirse y leerse rápidamente. El emperador era consciente del valor del texto como potente difusor de ideas y como instrumento de gobernabilidad, así que propició el redibujado del alfabeto e impuso la claridad en su lectura y la sencillez en el trazado, después de la fragmentación territorial consecuencia del derrumbamiento del Imperio romano.
De la minúscula carolina se derivarán dos ramas: la gótica, una escritura condensada y de rápida ejecución procedente del norte de Europa, y la humanística, más utilizada en el mundo cultural italiano y que recoge las formas de la carolina con rasgos más abiertos y caracteres ligeramente más estructurados.
Hacia el 1440, Johannes Gutenberg inventa la fundición de tipos móviles con la intención de acelerar el largo proceso que suponía la producción manuscrita de un libro en aquel momento, que podía prolongarse meses o años. A pesar de la aparición de esta invención revolucionaria, durante mucho tiempo los textos impresos siguieron imitando las formas y las normas de composición de los textos escritos, que seguirán estando considerados los textos por excelencia. La producción más importante de este periodo es la Biblia de Gutenberg o «Biblia de las 42 líneas» (1452-1454), escrita en latín y compuesta en escritura gótica de textura.
A partir del siglo xv, los humanistas del Renacimiento decidieron volver a los modelos de los antiguos griegos y romanos, y con esto empezaron a afrontar los textos clásicos con otra actitud, lo que convertirá la edición de libros en un campo de experimentación de las nuevas ideas. Esto hará que las fuentes vuelvan a sus formas antiguas y que incorporen por primera vez letras mayúsculas (capital romana) y, al mismo tiempo, minúsculas (escritura humanística). El canon formal de nuestro alfabeto latino actual se basa en estos dos alfabetos fundamentalmente diferentes, cuya unión derivará en una nueva tipología llamada romana.
Uno de los nombres más importantes de esta época es Aldo Manuzio, editor veneciano que encarga la fundición de numerosas familias, entre las que destaca la Bembo. Esta tipografía tiene una importancia sin precedentes por el esfuerzo conceptual que supuso la síntesis formal hecha entre las capitales romanas y la escritura de tradición humanística. Otra gran aportación de Manuzio fue el diseño y fundición de las primeras cursivas, también llamadas aldinas o itálicas.
Durante los siglos posteriores a la invención de la tipografía (xvi y xvii) no se producirán cambios profundos en el campo de las familias de tipos, pero se tiende al perfeccionamiento y se produce una moderada evolución de las formas. Una de las fuentes romanas antiguas más destacadas es la Garamond (1540), del tipógrafo francés Claude Garamond. En sus tipos se percibe el control del grosor, una leve modulación de los trazos y la busca de un mayor equilibrio entre mayúsculas y minúsculas, así como entre la versión redonda y la cursiva.
Las letras romanas de transición supusieron el puente entre las antiguas y las modernas. A lo largo de los siglos xvi y xvii se lleva a cabo una progresiva evolución de las formas y se generan unos caracteres cuidadosamente estructurados donde nada queda al azar. Esto dio pie a la aparición de familias muy bien construidas y con una coherencia formal notable, pero aún podían apreciarse características propias de la tradición manual.
El siglo xviii vio la aparición de las fuentes modernas, con la racionalización de los elementos estructurales de las tipografías, que ya presentan un marcado contraste, un ritmo gráfico (blanco-negro) y una modulación axial vertical. Las familias de este periodo, claramente influenciadas por el grabado en cobre, están consideradas las primeras en idearse y manipularse desde un punto de vista puramente tipográfico, de modo que desaparece el rastro de la escritura caligráfica. Entre los más activos en el desarrollo de estas fuentes encontramos a la familia de impresores Didot y al italiano Giambattista Bodoni. La tendencia hacia la homogeneización de este periodo produjo la aparición del sistema de normalización de las medidas tipográficas.
La industrialización de principios del siglo xix generó unas necesidades de comunicación propias, entre las cuales se encontraba la publicidad, el cartelismo y las publicaciones periódicas. Para satisfacer la curiosidad del lector de noticias y folletos, las formas se sintetizan para buscar un mayor impacto en el lector. Surgen así las primeras tipografías egipcias, también llamadas slab-serif o de remate cuadrado, y las primeras sin remate o de palo seco, también llamadas grotescas por la percepción que tenía de ellas el sector tipográfico más tradicional. La aparición de nuevas técnicas en el campo de la impresión a color y la experimentación fotográfica propició unos tratamientos tipográficos que potenciaban la integración del texto y la imagen.
La primera mitad del siglo xx se caracterizó por el enfrentamiento entre la recuperación de los antiguos modelos tipográficos y la búsqueda de nuevas formas de expresión gráfica que rompieran la tradicional simetría de la página impresa. Las fuentes sin serifa disfrutaron de un renacimiento, con aportaciones tan importantes para la historia de las letras como la Gill Sans (1916) de Eric Gill, la Futura (1932) de Paul Renner, la Univers (1957) de Adrian Frutiger y la conocidísima Helvetica (1959) de Max Miedinger.
En 1970 empezaría una nueva era de la tipografía con la aparición del sistema de composición optomecánico (fotocomposición), que provocaría, en muy poco tiempo, la desaparición de la composición con tipo de plomo que había ido usándose en los últimos quinientos años. Los principios asépticos y modulares que regían la producción de tipografías de esta época, junto con la aparición de las nuevas técnicas fotográficas y ópticas, dio lugar a la creación de familias muy variadas en anchura, expandidas y condensadas y en el grosor del trazo, tanto para versiones redondas como para cursivas.
El texto hoy en día ya ha abandonado sus vehículos tradicionales y ha conquistado el espacio virtual. Ha dejado de ser analógico para ser fundamentalmente digital. La eclosión de la autoedición en la década de 1980 ha permitido al diseñador componer tipográficamente un proyecto sin tener que recurrir a proveedores externos. El texto ya puede reproducirse a voluntad y ha sido desmaterializado, de modo que con facilidad pueden crearse fuentes propias, modificar las existentes y, obviamente, usar las generadas por otros. Las fuentes se han hecho populares de repente, y esto ha provocado nuevos retos y tecnologías como el lenguaje PostScript o las fuentes adaptadas a píxel para su lectura en pantalla.
Conclusiones
La evolución de la tipografía a lo largo del tiempo está íntimamente relacionada con el desarrollo social de la humanidad. Las formas de las letras producidas desde los inicios de la escritura hasta nuestros días reflejan los logros arquitectónicos, técnicos y culturales relacionados con el pensamiento humano de una era concreta, y nos hablan también de los utensilios y materiales de escritura empleados en los distintos periodos.