1.3. La percepción del color
1.3.2. El ojo
En la parte izquierda del ojo, la pupila se contrae o expande en función de la intensidad de la luz que ilumina la escena: una cantidad escasa nos deja ciegos; una cantidad excesiva, también. Los rayos atraviesan varias capas, que los ajustan y los regulan antes de impactar en la retina, una sábana de tejido nervioso que recubre la parte posterior del ojo.
La retina está compuesta de varios tipos de células. Las más importantes para la captación de luz son los bastones y los conos, denominados así por la forma que tienen. Los bastones (alrededor de cien millones) «ven» en blanco y negro y están activos en condiciones de luz débil, mientras que los conos (siete millones) son los encargados de la percepción de los colores, y tienen una mayor precisión.
Los conos, concentrados en la fóvea, la región de más precisión, son sensibles a diferentes longitudes de onda: algunos son más receptivos a ondas cortas (azules) y otros lo son a ondas largas (rojos). La combinación de activaciones de conos diseñados para percibir longitudes de ondas diferentes es lo que origina la percepción de colores derivados.
Cada línea de este gráfico representa la sensibilidad de los tres tipos de conos presentes en la fóvea. Cuanto más alta es la curva, mayor es la sensibilidad al color correspondiente en la barra inferior. El mensaje obvio es que nuestra sensibilidad es mayor a los rayos de luz de ondas medias (azules claros, verdes, naranjas) que a ondas muy largas (en la frontera con los infrarrojos) y a ondas muy cortas (en la frontera con los ultravioletas).
Si ponemos un texto azul sobre un fondo negro, nos resultará muy difícil de leer. El negro no estimula ningún receptor, las superficies negras no reflejan luz, sino que la absorben, y el azul estimula un único tipo de conos que, por desgracia, son mucho menos sensibles que los que detectan tonos naranjas. Por ello el texto de la derecha destaca más y es mucho más legible.
La evolución nos ha dotado de algunas defensas contra las ondas cortas de luz. Una de estas defensas es la córnea, la capa externa del ojo, que tiene una tonalidad amarillenta. Como consecuencia de esto, absorbe luz de onda corta y deja pasar la de onda larga hasta la retina.
A medida que envejecemos, la córnea se vuelve más y más amarilla, de modo que disminuye nuestra sensibilidad a los azules y violetas. Si se diseña un mapa para lectores de edad avanzada, es mejor dejar de lado los azules (izquierda) y optar por rojos o verdes (derecha).