5. Equilibrio y tensión
5.1. Introducción
Uno de los pilares fundamentales en la composición es la noción de equilibrio. En este sentido, Dondis afirma que la necesidad de permanecer de pie hace que el equilibrio sea la referencia visual más fuerte de las personas, ya que se hace de forma inconsciente. Según Arnheim, el equilibrio en una imagen es el estado en el que las fuerzas que actúan se compensan las unas a las otras. Así, todos los elementos se determinan mutuamente pareciendo que no es posible ningún cambio. Para este autor el desequilibrio en una imagen dificulta su lectura.
De este modo, la tensión aparece ante la falta de equilibrio. Cualquier alejamiento de la estructura visual y geométrica provoca centros de interés y tensión. De forma similar, Berger asegura que el movimiento y la calma absoluta llevan igualmente a la apatía.
«Para que nos hagamos sensibles, es preciso que nuestro equilibro amenace en romperse, pero sin llegar a ello, y que si se rompe, aspiremos a restablecerlo enseguida» (Berger, pág. 155).
Por ejemplo, para Berger, si dividimos un rectángulo por la mitad, el ojo se aparta de un efecto de simetría, agotado al momento. Pero si se divide en partes desiguales, se produce un incentivo de tensión.
Si la composición tiene por efecto disponer los elementos de tal suerte que ninguno de ellos sea indiferente, lo logra por la tensión produciendo en nosotros un juego de impulsos contrario que provoca nuestra sensibilidad plástica, la mantiene y la renueva (Berger, pág. 160). El siguiente gráfico presenta una composición asimétrica con una tensión hacia arriba.
En las representaciones religiosas se mantiene esta estructura de cierta asimetría. En el siguiente ejemplo, en La anunciación de Botticelli, encontramos unas líneas de tensión que van en diagonal descendente desde la esquina superior izquierda.
Berger señala otro ejemplo sobre tensión basada en la figura del triángulo presente en el cuadro de La última cena de Thierry Bouts. La disposición triangular establece puntos de tensión privilegiados, de manera que en el triángulo central nuestra atención va ante todo a los tres vértices que forman la cabeza de Jesús y los apóstoles.
Según Arrillaga (2000), el equilibrio compositivo debe entenderse en términos relativos, ya que no es en sí un valor absoluto ni un estado puro de cristalización del orden y la forma; ni siquiera es el único valor que determina el equilibrio global de una imagen, ya que, por ejemplo, en estilos como el impresionista, el equilibrio cromático o, más comúnmente, la armonía de color puede ser más determinante que el equilibrio de la organización formal. Así pues, como casi todas las nociones que iremos desgranando en este módulo, las debemos considerar como meras indicaciones y no como verdades científicas o dogmáticas. En este sentido, Arnheim, que es quizás uno de los autores más exhaustivos en la clasificación, escribía sobre el equilibrio en el arte como contrapunto:
«El contrapunto pictórico es jerárquico, esto es, contrapone una fuerza dominante a otra subordinada. Cada una de las relaciones es desequilibrada en sí; juntas se equilibran todas mutuamente en la estructura de la obra entera» (Arnheim, pág. 56).
Sin embargo, no todos los esquemas de equilibrio se basan en la riqueza del contrapunto. El propio Arnheim distingue cuatro esquemas principales en donde no existe esta compensación explícita de fuerzas:
- Centrales, con un solo acento fuerte al que todo se supedita, como en el retrato tradicional.
- Binarios, con un dúo de figuras o grupos, típico de las composiciones fuertemente simétricas.
- Jerárquicos, constituidos por acentos que van del más fuerte al más débil en una red de relaciones subordinadas. Buena parte de la pintura universal está basada en este esquema.
- Atonales, con muchas unidades de igual peso creando textura en lugar de estructura.