1.4. Las propiedades del color
1.4.2. La luminosidad
La sensación de iluminación es lo primero que percibimos y es la base del fenómeno que implica la visión. Por otro lado, observamos que la luz solo es visible cuando es absorbida y, en parte, descompuesta/rebotada por la materia. Así pues, captamos la luz a partir de la iluminación de los objetos que nos rodean y, por lo tanto, la percibimos en ellos cuando nos son visibles. Podemos decir que el concepto de luminosidad está directamente relacionado con la capacidad que una superficie/materia parece emitir o absorber más o menos luz, es decir, la cantidad de luz que refleja la materia determina el color que vemos. En términos de luminosidad, brillantez o valor –para algunos autores–, los colores se pueden dividir en claros y oscuros, dependiendo de la cantidad de blanco o negro que añadimos al color puro. Si le añadimos negro, el color ganará contraste, se oscurecerá y se apagará la intensidad cromática.
Creamos escalas monocromáticas cuando añadimos, a uno de los colores primarios, secundarios o terciarios del círculo cromático, o blanco –considerando luz–, un tono gris, o negro –considerando sombra–. Estas escalas reproducirán una transición tonal armónica a modo de degradado. Dentro de esta progresión gradual de luminosidad, nos encontraremos diferentes grados de saturación del color inicial y diferentes grados de luminosidad que no debemos confundir, dado que son conceptos independientes.
Para evaluar cómo la percepción de los colores y lo que nos rodea puede modificar la luminosidad, comentaremos algunos ejemplos que a menudo encontramos como un recurso pictórico y de diseño:
- Luminosidad directa: produce un gran contraste y define sombras muy marcadas. Los objetos ganan en definición y detalle. Paralelamente a la luminosidad, habrá que usar colores saturados para equilibrar el contraste; así obtendremos un resultado en el conjunto que desprenderá una atmósfera clara e intensa.
- Iluminación difusa: con este tipo de iluminación se producen sombras de contornos difuminados y, cuanto más alargadas y amplias son, más desaparecen los contornos y todo queda más difuminado hasta que parece desaparecer. Un efecto que podríamos comparar con el de la línea del horizonte entre el cielo y el mar. De esta aproximación lumínica, obtendremos resultados opuestos a los de la luminosidad directa: poco contraste de claridad y, como consecuencia de poca definición y detalle, nos dará un resultado en el conjunto de suspensión de inmaterialidad. El ojo no encontrará un punto de apoyo concreto donde sostenerse.
Modificar la luminosidad nos puede generar un cambio en la percepción de un color. Este fenómeno es tan cierto que Tornquist –artista y autor teórico del color– afirma:
«La verdad es relativa al contexto.»
Tornquist (2008)
Ejemplo
Hagamos una prueba con un fondo de degradados de grises que se inicie en el color negro y acabe en el blanco. Ahora dibujamos unos cuadrados con una tonalidad gris, idealmente de la parte central de nuestro degradado. Si distribuimos estos cuadrados por encima de nuestro degradado, podremos observar que el mismo color gris de la muestra transforma su apariencia o, dicho de otro modo, lo que se percibe no es lo que se ve.