3. La impresora óptica

La consecuencia tecnológica más importante del empuje de los efectos visuales fue la creación, en el año 1929, del artilugio llamado impresora óptica (optical printing), y que consistía –esquemáticamente– en poner frente a frente un proyector y una cámara y en medio de ambos una o más capas de cintas de celuloide sobre las cuales se proyectaban las imágenes provenientes del proyector y que, con el uso de máscaras o travelling mattes, dichas imágenes se incrustaban solamente sobre la parte de la cinta que quedaba al descubierto. La imagen resultante era grabada por la cámara situada enfrente, de manera que la cinta con la imagen resultante pudiera tener una segunda proyección, siempre que la máscara utilizada fuera una contramáscara de la utilizada en el primer proceso.

Si bien este proceso se realizaba al principio de maneras más o menos rudimentarias y artesanales, se puso en ello el suficiente empeño como para que la tecnología tomara cartas en el asunto y los procedimientos manuales fueran cada vez más tecnificados. Los aparatos para llevar a cabo estos procesos dieron una gran capacidad de manipulación de la imagen, de manera que, a la vista de su importancia, fueron adquiriendo complejidad tecnológica y consiguieron tener un papel cada vez más relevante en el cine.

Con este artilugio, el trabajo de laboratorio adquirió un papel de progresiva importancia y mayor complejidad dando, junto con otros procedimientos, con el nacimiento del concepto de posproducción de la imagen. La imagen se fue tecnificando para ir aumentando su carácter mágico, eso sí, cuidándose mucho de que toda la tecnología que había detrás de ella fuera lo más transparente posible para el público. El principio espacial que sustentaba la imagen narrativa necesitaba conservar la ilusión del espacio monofocal, lo cual solo era compatible con unos efectos visuales que reforzaran la acción pero que no se mostraran.

El objetivo era unir imágenes en movimiento de diferente procedencia en una sola para hacerla más espectacular y ponerla así al servicio de la imaginación del creador y del gusto del público. Que la narración deambulara por imposibles realidades no era ningún inconveniente mientras el espacio en el que tuviera lugar fuera tridimensional. Este propósito significó el nacimiento de la composición de imágenes y se abrieron con ello nuevas posibilidades de expansión a la imagen.

El perfeccionamiento de estos artilugios tenía un gran empuje puesto que el cine, que se oficializó como uno de los medios de ocio más importantes del siglo xx, y todas las grandes productoras cinematográficas pasaron a trabajar con ellas. El refinamiento que se exigía a las mismas era muy elevado, ya que no se permitía que las entrañas de la producción del mismo fueran visibles y los medios utilizados para su obtención debían permanecer ocultos para el público. La producción de la imagen comercial cinematográfica debía estar en función del relato de la película y nada debía distraer al público de la misma. Es por ello que la producción de la imagen compuesta debía incrustarse en un entorno de tres dimensiones espaciales coincidiendo con el punto de vista de la cámara cinematográfica, y solo podía insertarse imágenes a la misma que fueran aceptables por el público como pertenecientes a dicho entorno espacial.

Después de la Segunda Guerra Mundial la impresora óptica alcanzaría su máximo apogeo, que duraría hasta la llegada de la tecnología digital. Uno de los problemas que arrastraba la multiexposición de la película era la progresiva pérdida de calidad de la imagen generada en sucesivas exposiciones. Para mitigar este problema, se multiplicaron las fuentes de imagen que podían llegar a intervenir en la obtención de la imagen final, llegándose en sus últimas versiones a introducir hasta cuatro fuentes simultáneas de imagen. Las complejas tecnologías que contenían debían ser manipuladas por especialistas, los cuales debían ser consultados antes de la grabación de las imágenes, ya que su obtención debía ajustarse a lo que era posible llevar a cabo en el trabajo del laboratorio.

Imagen de 1987, donde puede observarse cómo la impresora óptica analógica era gestionada por medio de procesos basados en tecnología digital, alcanzando con ello su máximo grado de desarrollo.

El nivel de perfección alcanzado fue tal que su vigencia se prolongó más allá de los inicios de la aparición de la tecnología digital de la imagen, ya que si bien la capacidad de cálculo de la nueva tecnología no tenía rival, se tardaron algunos años en superar la eficiencia de algunos procesos alcanzados por la impresora óptica.